lunes, 5 de marzo de 2012

Destino desconocido (historia por partes)

Para Rodrigo, un sitio como Gibraltar, resultaba totalmente fascinante, era la población más grande que hubiese visto en su corta vida, y si a eso le añadíamos el intenso comercio existente en la misma, así como el intercambio de gentes y culturas, convertía en casi mágica la ciudad ante los ojos del pequeño.
Quería echar a correr por todo el puerto, entrar en cada uno de los establecimientos que veía, compartir su vida con cada persona que se encontraba, conocer de primera mano las casas de sus habitantes, salir corriendo y recorrer cada uno de los rincones de aquella ciudad que le acogía con un bullicio, una vegetación y un clima tan diferente al de su pueblo natal.
Alfonso sonreía al ver el entusiasmo de su compañero, y al ver su reacción trataba de controlarlo e imponer cordura, a pesar de sus once años y de solamente sacarle uno de ventaja, se sentía como todo un veterano que guiase a un inexperto e inocente niño en su aventura de descubrir el mundo.
Primero se adentraron por el puerto, donde pudieron coincidir con algunos compañeros del barco que se disponían a buscar una buena taberna donde beber, encontrar comida, y a ser posible cama con compañía. Fueron pasando por delante de los distintos establecimientos, algunas de las fachadas de los edificios estaban ocultas por los puestos de mercancía que se situaban delante de los mismos, todo la ciudad parecía rebosar un ambiente especial, Rodrigo aún no lo sabía, pero la llegada de un navío a un puerto que vive prácticamente del comercio y del dinero que logran sacar con mejores o peores artes a los miembros de la tripulación, hace que todos los habitantes se apresuren a la hora de conseguir sus objetivos.
Así pues con la llegada del barco, la ciudad se puso en movimiento como si el sonido de un silbato hubiese acabado con sus horas de duermevela y ahora hiciese que toda la ciudad apareciese en una especie de danza bien sincronizada.
A Rodrigo le llamó la atención la mezcla de colores, y olores que podía apreciar, se paraba en cada uno de los puestos que encontraba y observaba, las diferentes frutas, tallas, instrumentos que no conocía y aves y animales que para él resultaban totalmente extraños.
Tal era la excitación del muchacho ante tal cúmulo de novedades que Alfonso se vio obligado a arrástralo a un lugar algo apartado y advertirle de los peligros que corría comportándose de ese modo.
En aquella ciudad no existía el mismo espíritu de camaradería que en el barco, es más, una vez en tierra, hasta sus propios compañeros podrían llevar a cabo acciones que le resultasen extrañas, tales como no auxiliarles en caso de necesidad, no reconocerles o simplemente entender que en una situación de desventaja cada cual debía de tratar de salvar su pellejo.
Estas actitudes tan poco propias de los hombres que él había conocido hasta ahora, en algunas ocasiones, las menos, venían dadas por un sentido práctico de supervivencia, pero en la mayoría de las ocasiones era un efecto de una excesiva ingesta de alcohol, que era la principal diversión y ocupación de los marineros una vez en tierra, y más si esta estancia venía precedida por una larga travesía y a sabiendas de que se prolongaría por poco tiempo.
De esta forma la tripulación que antes había permanecido unida y juntado sus esfuerzos por sacar adelante las órdenes del capitán se convertía en tierra en pequeños grupos solitarios que perdían toda la fuerza que les daba esa unión del barco, siendo así objetivo de las personas que trataban que su regreso al barco se produjese con los bolsillos vacíos.
A Rodrigo todas aquellas reflexiones de su amigo le parecieron superficiales, y creyéndose capaz de no caer en ninguna tentación, le dio la razón a su amigo, sabiendo de antemano en su fuero interno que no dejaría de disfrutar de su estancia, ya que él no sería presa de ningún tipo de engaño.
De la que volvían a la zona del mercado, Rodrigo comentó con su acompañante la conversación que había mantenido con el capitán, y que estaba pensando continuar embarcado.
Alfonso celebró, conocer esa noticia y le advirtió que entonces necesitaría hacer algunas compras para poder equiparse de forma adecuada, para la próxima travesía. En ese momento, Rodrigo recordó los consejos de Don Álvaro de Guzmán  y ambos amigos decidieron realizar las compras pertinentes.
El plan del día era claro, dedicar lo que quedaba hasta el mediodía a buscar los puestos más ventajosos para realizar sus compras, comparando productos y posibles precios antes de un regateo, después buscar un buen sitio donde comer, para por la tarde realizar las compras, dar una vuelta conociendo la ciudad y regresar al barco para pasar la noche, ahorrándose así los gastos de un hospedaje y evitando desagradables sorpresas nocturnas.
La primera parte de sus intenciones les salió redonda, a la hora de la comida ya disponían de una idea más o menos clara de donde realizarían sus compras durante la tarde. Ahora deberían encontrar un sitio para comer y descansar un rato antes de la tarde.
Decidieron buscar una casa de comidas algo hacia el interior, evitando la zona portuaria para ir conociendo algo más de Gibraltar, aunque en realidad era un sitio que se podía conocer mucho antes de lo que ellos pensaban.
Tampoco se alejaron mucho, por que no querían perder excesivo tiempo en regresar por la tarde.
Cuando estaban buscando el sitio donde comer, escucharon unas voces como de fiesta que provenían de un local cercano, ambos se miraron y de común acuerdo sin decirse una sola palabra, franquearon la entrada.
Una vez dentro del edificio comprobaron que estaban en una taberna con servicio de comidas, varias mesas estaban ocupadas por lugareños, o al menos por personas desconocidas para ellos, mientras que al fondo en un par de mesas contiguas, distinguieron a algunos miembros de la tripulación.
Se dirigieron hacia ellos y les solicitaron permiso para compartir la mesa y un momento después se encontraban sentados, siendo atendidos por el tabernero y sumados a la fiesta.

Continuará….

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