jueves, 29 de septiembre de 2011

Cuando no me vi reflejado en el espejo

En otro apartado de este blog, coloqué un poema dedicado a Silvino Prendes, y comentaba que formaba parte de una publicación de rutas literarias hecha por el ayuntamiento de Corvera, a aquel poema le acompañaba este cuento:


                    CUANDO NO ME VI REFLEJADO EN EL ESPEJO

1
Cuando no me vi reflejado en el espejo, me asusté. Deberíais entenderlo: no sabía muy bien a que respondía aquello… Evidentemente ( de cuando las cosas eran evidentes) ni soy un vampiro, ni creo en esas historias y , lo más cerca que he estado de una cuestión de este tipo, es cuando acuso a mi jefe de ser un chupasangre… Pero eso es harina de otro costal.
Lo primero que pensé es que no podía ser, que yo no podía desaparecer así como así…Y, a partir de ahí, mi preocupación fue en aumento. Para ser sincero, fueron muchas y muy variadas las cosas que pasaron por mi cabeza… Muchas.
Primero pensaba que quizás estaba muerto y que esa sólo era una prueba de ese luctuoso hecho…Pero como no soy una persona religiosa la idea de seguir mirándome al espejo después de muerto acabó por no parecerme probable. Después pensé que alguien me estaba gastando una broma, e inmediatamente me vino a la cabeza la idea de una cámara oculta… Pero como esta explicación tampoco me convencía, descolgué el espejo, le di la vuelta y comprobé que era un espejo normal  y corriente.
Sólo logré calmarme, un poco, cuando al mirarme al espejo del otro baño vi mi rostro reflejado.
Regresé entonces hacia el primer espejo, optando entre qué debería sorprenderme más, si el echo acostumbrado de que el espejo me devolviese la imagen o que, por el contrario, se negase a ello…  Y la respuesta fue la primera, sí: allí estaba yo, con sorpresa casi infantil, tratando de ordenar mis ideas, no sabiendo si lo que estaba viviendo era o no real…
Con las mismas, salí del baño, entre en el patio, y me encontré con la escultura que lo preside.
Siempre me ha llamado la atención esa figura… Sabéis a cual me refiero, a ese joven que mantiene una pierna apoyada sobre la otra rodilla, buscando algo, siempre buscando algo con su mirada, con sus manos, en el pie, buscando algo en un pie. La escultura cubre el antiguo surtidor de un pequeño estanque circular de piedra, en el centro del  patio.
Lo miré y quiero creer que me miró, en un juego de imposibles multiplicado en los reflejos de un agua inexistente.
“Qué distintos y qué iguales somos en este momento - pensé – una estatua de piedra que intenta, durante décadas, encontrar la raíz de ese etéreo mal que le aflige sin ser capaz de solucionarlo, y yo mismo que casi me he quedado de piedra intentando encontrar una solución a mi momentánea desaparición”
Antes de salir del patio me giré para echar una última mirada a la escultura y de nuevo mi imaginación debió de querer jugarme una mala pasada, porque me pareció percibir un pequeño movimiento en la comisura de la boca de la figura que, disimuladamente, me dedicaba un esbozo de sonrisa cargado con toda su ironía.
Realmente esa mañana estaba resultando de lo más extraña. Sí. En mi vida me había sucedido nada semejante y tenía la necesidad de comentarlo con alguien.
Y nada más salir del patio a la antesala del Palacio, me di de bruces con la mejor persona posible con la que compartir mis cuitas.
2
Silvino era una persona que, generaba confianza: alto, pelo cano, una sonrisa franca, una voz templada y varonil al mismo tiempo, afable y dicharachero, con un punto burlón, y, sin lugar a dudas, la persona que no sólo mejor conocía aquel Palacio en el que nos encontrábamos, sino todo el entorno.
Sin embargo, y en contra de lo que yo esperaba, la reacción de Silvino me sorprendió… Creo que hubiese preferido que se riese de mí, que me preguntase si había bebido, que no creyese nada de lo que le contaba, o que simplemente hubiese hecho el clásico comentario de que el palacio estaba poblado de fantasmas que se divertían atemorizando a los visitantes… Pero no, no, su reacción fue bastante diferente a lo que esperaba, y no es que en algún momento hubiera podido cuestionar mis palabras. Es más: prestó la máxima atención a lo que le contaba sin cortar en ningún momento mis explicaciones.
Cuando terminé de hablar Silvino sonrió, se encogió de hombros, pasó su brazo por mi espalda colocando su mano sobre mi hombro y haciendo que saliésemos del palacio.
Una vez afuera me guiñó pícaramente un ojo y me dijo unas palabras que, desde entonces llevo a fuego en la cabeza:
- Nún día como esti, ye too posible.
3
Era el día de la noche más corta… Sé que resultaría mucho más sencillo decir que era el día más largo del año, pero aun diciendo eso, no estaría diciendo lo mismo.
En Tresona ha arraigado, como una nueva tradición que se ajustase a las viejas tradiciones, el reunirse esa noche, al calor de la música y del arrullo del fuego y de las aguas mansas pero inextricables del pantano. Y esto se viene haciendo desde hace unos cuantos años, desde que a Silvino y a algún que otro espécimen de “profesión historiador y de trabajo desfacedor de entuertos” se les ocurrió dar a conocer las cualidades de este espacio como lugar de poder inigualable para celebrar la “foguera d’Asturies”.
La actividad a esas horas era frenética: brazos y piernas veloces que trataban de ultimar los últimos detalles para que todo funcionase a la perfección aquella noche… Con paso lento subí por la carretera hasta el montículo que está por encima del hórreo y contemple de nuevo la estructura que esa misma noches sería alimento para el fuego, alegría y diversión para muchos y recipiente de deseos y esperanza para todos.
4
Cuando regresé esa misma noche, después de una buena siesta para poder aguantar mejor los embates de San Xuan, toda aquella actividad de la mañana había cesado y eran muchas las personas que se estaban incorporando a la fiesta.
Por mi parte decidí empezarla lo más pronto posible para poder mimetizarme con el entorno, vosotros me entendéis… Y para eso, nada mejor que unos “culetes” y un poco de conversación.
Cuando me quise dar cuenta ya había saludado a varios amigos, con los que había compartido bebida y andanzas y a muchos conocidos.
Y a las doce de la noche me encontré a mí mismo en la primeria línea de fuego, nunca mejor dicho, nervioso como un “neñu” a la espera de poder disfrutar del encendido de la “foguera”.
5
Y la música, el fuego, el pantano, la sidra, la fiesta… Me fueron llevando al sentido primario de la “folixa”.
Y allí estaba yo, disfrutando de esa noche, bailando, bebiendo, y charlando con conocidos y desconocidos… entre estos últimos había uno en particular que me llamó la atención. Creo que tenía las mismas ganas de diversión, y probablemente similar estado de embriaguez, que yo y parecidas ganas de comulgar con el entorno. Por lo tanto, de una manera tan natural como sentir la brisa o el calor, sin saber muy bien ni cómo ni por qué se convirtió en mi cómplice de “romandela”, el perfecto compañero para la noche. Bailamos, sí, y nos contamos nuestra vida y seguimos bebiendo y nos juramos amistad eterna… Para mí aquel desconocido, de pronto, ya no era una persona cualquiera. Creo que, a pesar de no saber ni su nombre, ya era un amigo, un compañero, quizás algo más que eso, un hermano, o mi alter ego, eso es, ¿Por qué no?. En ese momento era yo mismo… Éramos uno en dos.
El tiempo voló y, cuando me quise dar cuenta, estábamos sentados en el suelo, rodeados de botellas de sidra que cubrían el suelo, rodeados de vasos rotos y de gente que dormitaba y de algunas parejas que daban rienda suelta a su pasión… Y también nos encontramos con las primeras luces que se llevaban la magia de esa noche.
Nos levantamos y fuimos hacia el Palacio… Y de camino me volví a acordar de aquél espejo del cuarto de baño que hacía casi veinticuatro horas se había negado a devolverme mi imagen.
¿Sabéis? Se lo conté a mi nuevo amigo y se rió, diciéndome que eso era imposible.
Quise enseñarle la prueba del delito, quise que viese el espejo, e incluso desee que el espejo se negase de nuevo a devolver mi imagen para, con la paradójica evidencia de la invisibilidad, demostrar mis palabras y sorprender a mi compañero.
Cuando llegamos a la entrada del Palacio, la puerta estaba cerrada… Por unos momentos me sentí tentado de aporrear la puerta. Tenía que volver a ver el espejo… Pero la prudencia me contuvo: supuse que, tanto Silvino como su familia, estarían descansando de una larga noche de trabajo.
Dispuesto a arrojar la toalla me disponía a dar media vuelta cuando observé que la puerta se entreabría y que Silvino, con su habitual sonrisa salía acompañado de uno de sus hijos para vaciar un cubo de basura en un contenedor cercano.
Aproveché ese momento para pedirle permiso para entrar al baño… Me dijo que sí, pero también me instó a que cerrase la puerta una vez adentro, que ya necesitaban descansar.
Cuando me situé frente al espejo con los ojos cerrados mi emoción era máxima, no sabía que sucedería…
Abrí los ojos y toda mi expectación se desvaneció cuando me encontré conmigo mismo, demacrado y ojeroso por la noche de juerga, pero indudablemente con mi imagen reflejada. Inmediatamente sentí una risa, y escuché la sarcástica afirmación de mi nuevo amigo, diciéndome que ya me lo había dicho, que aquello era imposible.
Salí del baño, no sin antes echar una última mirada hacia atrás para ver al compañero de fatigas nocturnas… Y en ese momento todo sucedió.
Fue tan rápido que me sorprendió… Abrí y cerré los ojos, no podía creerlo: por un breve instante, el espejo me devolvió la imagen transformada de mi amigo… Su rostro había cambiado y ya no era la persona que me había acompañado durante casi toda la noche si no que se había convertido en la escultura que estaba en el centro del patio… Pero esta vez no me miraba con un esbozo de sonrisa, si no que su expresión era como de triunfo. Un triunfo compartido: su abierta y clara sonrisa era la de alguien que, después de mucho tiempo, logra alcanzar un objetivo largamente buscado.
Miré hacia el patio, buscando con la mirada la escultura, tratando de resolver el sinsentido de esta fantasmagoría… Y sí, allí estaba, imperturbable, buscándose la herida en el pie.
Volví a mirar hacia el baño, y esta vez solo encontré el retrete, el lavamanos y el espejo…
No había rastro de mi acompañante, ni de su sonrisa, ni de su reflejo.
Como un autómata salí a la calle, y, cuando me encontré con Silvino, me sonrió, me guiñó pícaramente un ojo, al igual que había hecho aquella lejana mañana, y me repitió la frase.
- Ya te dixe que, nún día como esti…Too ye posible.
Y desapareció, también, como el amigo de la noche, como el reflejo. No sé si cerré los ojos, no sé qué hice… Al abrirlos ya no estaba.
Y 6
Llevo mucho tiempo dándole vueltas a la cabeza, pensando en aquella noche, pensando lo que pudo haber ocurrido y… Buscando a Silvino.
Y mientras que hago esto permanezco inmóvil, con una pierna apoyada sobre la otra rodilla, mirándome el pie herido que sujeto con mi mano… Y mientras lo observo, como si pudiese darme una explicación, sólo me viene una pregunta a la mente. ¿Dónde está Silvino?

1 comentario:

  1. Me encanta, no puedo decir otra cosa. Esa mezcla entre historia, magia y amistad verdadera.... es perfecta.

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