La Sonrisa de Marta B.
En mi casa siempre esperábamos con ansiedad la visita de mis abuelos, porque a la noche, tanto mi hermana como yo, nos sumergíamos en los distintos y diferentes mundos que ellos nos iban mostrando con sus narraciones. Recuerdo perfectamente que nosotros que siempre tratábamos de retrasar el momento de irnos a la cama durante todos los días de la semana, con todo tipo de argucias y artimañas, sufríamos una metamorfosis total los jueves de noche, que era el dia de visita de los abuelos. Si nadie nos lo impidiese, desde media tarde nuestros abuelos tendrían a un público entusiasmado e incondicional esperando por la magia de los cuentos bien acurrucados y arropados en la cama.
Jueves de cuentos, jueves de magia, jueves de sueños, de viajes, de dragones, piratas, princesas, trasgos, fábulas, xanas, campesinos inteligentes, burladores burlados, bosques encantados, animales parlantes, y tantos y tantos personajes que hacen despertar la imaginación de los niños, la fascinación de los adolescentes y la envidia de los mayores.
Pero la vida no nos deja lugar a esos mundos, nos obliga y nos sumerge en el trabajo, en las prisas, en la racionalidad más absoluta negándonos cualquier fantasía que pueda servir de escape a toda la mierda que nos toca vivir. Y de este modo las noches de los jueves desaparecieron junto con mis abuelos por culpa del paso del tiempo, y pasaron a ser las noches de los insomnios, porque en mi casa, tanto mi mujer como yo, nos dedicábamos a cuadrar las cuentas de la economía familiar, ya que eran los jueves el único día que nuestros horarios laborales se hacían compatibles para realizar este tipo de tareas.
Y al igual que los taburetes de escay de los pubs nocturnos se van llenando de una capa grasosa de nicotina que los transforma en bultos amarillos y pegajosos, la vida diaria fue cubriendo y desdibujando de mi memoria aquellas noches de cuentos.
Lunes, trabajo, casa, martes, trabajo, casa, miércoles, trabajo, casa, jueves, trabajo, casa, cuentas que no cuadran, polvo mecánico (cada quince días), viernes, trabajo, casa, sábado, trabajo, casa, domingo, descanso laboral, visita a la mujer en la cafetería donde trabaja antes o después de ver los partidos de fútbol de la televisión, y otra vez vuelta al lunes.
Y dentro de la espiral cotidiana sintiéndome afortunado, porque desde la ventana de mi oficina puedo observar todos los días a una mujer que deja de trabajar en su casa para ir a trabajar a otra, para ir a la carrera de vuelta a la suya, para casi inmediatamente y a toda prisa entrar en una tercera casa, que es la mía, donde por una mísera paga deja las últimas fuerzas del día en desempeñar su labor y vuelve a casa destrozada y esperando meterse en la cama para poder reponer fuerzas.
Y ante esta comparación yo me creo dichoso porque mi vida es un poco mejor que la de esta mujer. Porque a mí si se me valora mi trabajo, porque además yo me beneficio del suyo ya que soy el que todos los meses le entrega la mísera paga por limpiar mi casa.
Y día tras día desde mi oficina o en mi casa me irrita el sentirme más dichoso que ella, y no por estúpidos problemas éticos o morales, si no porque de su rostro jamás se desdibuja una sonrisa, que indudablemente le sale del alma, una sonrisa que me resulta aún más molesta por que es una sonrisa de felicidad, porque es una sonrisa no forzada, porque es una sonrisa verdadera.
Mi ordenada, moderna y racional mente no puede entender que esta mujer pueda tener una sonrisa tan franca que a mí se me niega. Esa sonrisa altera totalmente el orden natural de las cosas y el propio orden del universo. Esa mujer que vive en condiciones peores que las mías no puede tener una sonrisa que a mi se me niega. Yo debería ser su propietario, en mi rostro encajaría perfectamente y cuadraría el orden natural de las cosas.
Yo quiero esa sonrisa, me tiene que pertenecer.
Y por eso me decido a poner en marcha mi plan, aprovecho mi periodo de vacaciones, que como todos los años no coincide con el de mi mujer, para estar en casa a la hora en la que ella viene a limpiar. Por primera vez en mi vida y de acuerdo con mi estrategia, me paso varios días limpiando y ordenando la casa, y tal y como tenía previsto se presenta ante mí la ocasión en que la portadora del motivo de mi irritación termina su trabajo antes de la hora habitual y yo aprovecho para ponerle mi mirada y mi gesto más seductor, aquel que me sirvió para más de un follón en mis tiempos jóvenes, y le pido que haga café y me acompañe a la hora de tomarlo sentada en el sofá.
Que divertida me resultaba la situación de tratar de seducir a la mujer de la limpieza para introducirme en su vida, para conocer todos sus secretos, para descifrar, igual que si se tratase de la Gioconda, el motivo de su eterna sonrisa, y apoderarme así de algo que creía mío.
Y al primer café, le siguieron otros en días sucesivos, a través de los cuales, fui conociendo a aquella mujer de convicciones recias, de trato afable, de palabras precisas y silencios esclarecedores, de trabajo escondido, una mujer apasionada por la vida y sobre todo por los suyos.
Los diez minutos diarios de conversación se convertían en la antesala del infierno que representaba la espera de las 24 horas que aún faltaban para que se repitiese la escena, y de este modo me encontré construyendo excusas para salir de casa a su misma hora y poder acompañarla durante un trecho del camino, aumentando cada día la distancia, hasta el día que llegué al portal de su casa y le hice notar el incremento paulatino del camino recorrido a diario. Algo que ella evidentemente había notado, y para continuar con el juego accedió a invitarme al café en su casa al día siguiente, pero no a la hora de salir de trabajar, si no después de la cena.
Algo tanto tiempo esperado por fin se iba a producir, al día siguiente podría conocer su casa, su familia, su vida, y posiblemente el secreto de mi fascinación.
Me presenté a mi gran cita con cinco estudiados minutos de retraso, todavía recuerdo perfectamente la espera delante de la puerta de su casa con reloj en mano y deseando que terminasen de pasar los últimos segundos.
La primera imagen que recibí al entrar en su casa, después de que su marido me abriese la puerta fue la suya sentada en una mecedora con su permanente sonrisa y con dos niñas que escuchaban atentamente lo que ella les iba contando.
Me miró desde la mecedora y me dedicó una sonrisa sin interrumpir su relato, y ante la tranquilidad que se respiraba en aquel cuarto no me atreví a hacer otra cosa que no fuese sentarme enfrente de ella y disfrutar de lo que estaba contando.
Tomé un café, al que siguió otro, y hasta un tercero antes de irme, y entre taza y taza fueron desfilando todos aquellos maravillosos personajes que yo conocía de mi niñez, pero que habían sido pasto del olvido, y poco a poco por culpa de su voz aterciopelada, de su sonrisa tranquilizadora y el ambiente relajado, me fui haciendo cada vez más pequeño, sentía como si mi asiento fuese creciendo por momentos y engulléndome, y de este modo buceando en mis recuerdos, empequeñeciendo en mi sitio, ensimismado por la situación; perdí la noción del tiempo.
Eran cerca de las dos de la mañana cuando regresé a mi casa, absorto aún con lo que había vivido horas antes. A pesar de haber hecho todo el recorrido en solitario por la calle me sentía como si alguien me acompañase, y lo más curioso de todo era que sabía perfectamente quién me acompañaba. Eran mis abuelos recién salidos de su encierro del olvido a través de la magia de los cuentos.
Estuve aún unas horas sentado en casa y repasando mentalmente todo lo sucedido, hasta que el sueño me venció y decidí acostarme, fui al baño para lavarme antes de hacerlo, y al mirarme en el espejo descubrí en mi rostro aquello que tanto anhelaba, aquella sonrisa que prácticamente me había transformado, estaba ahora presente en mi cara.
Me encanta Roge. Ya se que soy un poco repetitiva en mis comentarios pero es que es verdad. No dejes de escribir.
ResponderEliminarEs precioso, todos deberíamos tener siempre una sonrisa en la cara.
ResponderEliminarTienes una mente privilegiada,espero la conserves durante mucho,mucho tiempo.Esta lectura me ha parecido muy buena y me he acordado que hace mucho tiempo que no me río como antes,y que debería hacerlo más a menudo.
ResponderEliminarMuchas gracias por los comentarios, la verdad es que animan a seguir escribiendo, aunque vais a conseguir ruborizarme, je,je.
ResponderEliminarroge mola mucho lo k haces ,sigue haciendolo,mañana t veo chao
ResponderEliminarAlguien me recomendo entrar en tu blog. La verdad, merece la pena. Enhorabuena
ResponderEliminarMuchas gracias, como decía al empezar este blog, para mí escribir es una necesidad, y me gustaba compartirla, pero al ver que lo que hago le gusta a cierta gente, eso me anima mucho para continuar con ello, así que en cierto modo son vuestros comentarios loe que realmente alimentan este blog y hacen que merezca la pena el compromiso de publicar todos los días algún texto.
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